Quibdó: la fiebre de San Pacho.


El avión desde Medellín cruza las escabrosas cimas de la cordillera central  y penetra en un  manto verde que es toda la selva que encamina al Pacífico colombiano. A mitad de esta nada vegetal se abre el pueblo de Quibdó. Tan solo bajarse del avión, la atmósfera ultra caliente abofetea el cuerpo y las sorpresas comienzan a abrirse tal como las sonrisas de sus habitantes.

 

Cada medianía de septiembre Quibdó, un pueblo negro de la   desconocida provincia negra del Chocó, se pone de fiesta por más de 40 días en honor a San Francisco o San Pacho, el patrono de la ciudad, convirtiendo a sus calles en un danzón alegre, jaranero, festivo, sensual y sexual, en donde los parroquianos de cada barrio, en turnos diarios, se encargan de disfrazarse y encabezar con carros alegóricos una comparsa llena del contagioso ritmo de la chirimía.Quibdó es una parte de la Colombia que no luce en los artículos de prensa turística (por más que lo he intentado vender a diestra y siniestra), mucho menos es recomendación de agencias de turismo que se obnubilan con el Eje Cafetero o la costa de Caribe con Cartagena de Indias como atracción principal.

 

Quibdó es pobre, desordenado, hay más motos que almas, sucio y caótico, sin embargo posee un encanto tan poderoso y honesto que me hizo volver por segunda vez. La primera, en septiembre del 2009, se convirtió en el antídoto a un mal amor  que me traía en las cuerdas, con la cabeza volteada y sintiéndome el peor. ¿Cómo me hizo revivir con esa contagiosa vitalidad y baile endemoniado que tienen los afrocolombianos? No lo tengo claro pero es imposible sentirse infeliz con 12 horas de fiestas diarias, en que todo el mundo te ofrece alcohol (el afamado “guaro”), el baile desenfrenado que es el bunde que marcha en la retaguardia de todos los desfiles todos los días o que en una noche cualquiera salga de una casa un enorme “man” y  te invite a cenar sin importar quién eres.

 

Suena idílico y lo es. Al volver este 2012 buscando hacer más fotografías para nuevamente intentar “vender” este reportaje en revistas de viajes, la experiencia excedió toda perspectiva inicial. No sólo terminé conociendo gente increíble, sintiendo la danza como una extensión del alma caliente y poderosa que hasta el más negado debe tener, o navegando el río Atrata en 5 minutos hacia la otra orilla, llena de viviendas sumamente pobres, a beber cervezas en un bar junto al único otro “blanco” que había en la ciudad, Ronald, que también era fotógrafo y también chileno, mientras gozábamos la amabilidad local, esa de los que menos tienen y que toman la vida de la manera más poderosa posible.

 

Tengo claro que apenas la vida me de chance, volveré a San Pacho, a Quibdó y perderme en sus sucias callejuelas sacadas de una Sudamérica real y viva, la misma de la que estoy hecho, que es mi genética y que me niego a perder de vista cambiando shoppings dominicales por la realidad de este continente.

No hay donde perderse señoritas y señores, si pueden, el próximo septiembre reserven pasajes a Quibdó.

 

Noticia extra: San Pacho ha sido declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por Unesco

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